Se
señala a Miguel de Montaigne (1533-1592) como el creador
del ensayo moderno. En el siglo XVI, Montaigne comenzó a escribir anotaciones
muy breves con la idea de desarrollarlas ampliamente más adelante y decidió
llamar a estos escritos ensayos. Sin embargo, muy pronto Montaigne se dio
cuenta de que tales anotaciones tenían un carácter autosuficiente. Muchos de
estos trabajos permanecieron como originalmente él los había escrito y nunca
perdieron su valor filosófico.
Las definiciones
tradicionales apuntan a que un ensayo es un escrito generalmente
breve, en prosa, cuyo fin es discutir o disertar en torno a un solo tema, de
una manera muy personal, pero sin el interés de agotarlo.
El ensayo
se distingue del cuento porque maneja ideas, directa y
exclusivamente. No cuenta una historia, no tiene personajes, no se vale de un
lenguaje figurado que pueda evitar una posible interpretación incorrecta de
esas ideas ni y es anecdótico. Tampoco debe utilizarse para narrar experiencias
personales, sino para plantear y discutir ideas. Como probablemente sea el
menos artístico de los géneros literarios, se le puede llamar ciencia más que
arte. Su carácter científico radica en que sus opiniones están
basadas en una observación seria o en una investigación previa a emitir esas
opiniones. Ningún ensayista puede darse el lujo de sustentar opiniones que no
sean serias y bien pensadas, porque de ellas partirá la imagen que tendremos de
su autor.
El ensayo
se origina en ideas o suposiciones que su autor cree ciertas, de las
cuales él está convencido y tiene interés en convencer a los demás, mientras
que el cuento puede tener una buena dosis de imaginación y las ideas fluyen de
un modo indirecto. Quiere decir, que un cuento nos obliga a interpretar y a
inferir ideas, mientras un ensayo nos las dice claramente, sin incurrir en el
riesgo de que entendamos incorrectamente las opiniones del autor.
Todos
podemos escribir un ensayo porque estamos en condiciones de ofrecer nuestras
opiniones, o sea, nuestro punto de vista acerca de un tema. Tenemos temas
preferidos y todos somos capaces de ejercer un juicio propio sobre esos temas.
De modo que el punto de vista desde el cual se aborda el
tema suele ser muy personal, a tono con nuestros intereses y nuestros gustos.
Ese punto de vista es la postura desde la cual el autor de un ensayo nos dice
cuáles son sus gustos, qué él favorece y qué rechaza.
Por lo
general, un ensayo puede ser familiar o científico. Un ensayo
familiar sería aquel que escribe cualquier persona (común y
corriente), sin una preparación académica o científica sobre alguna materia, y
que, sin embargo, considera apropiado y valioso emitir una opinión sobre un
tema. Podría ser que dos personas abordaran el mismo tema en un
ensayo, de forma muy diferente a tono con su preparación académica y sus
intereses. Por ejemplo, una dama que es ama de casa podría emitir una opinión
(familiar) en torno a los nuevos automóviles que se fabrican desde el punto de
vista de la comodidad, el espacio, el color y otros detalles relacionados
con sus gustos, pero un ingeniero automovilístico debe escribir un ensayo
(científico) que demuestre su nivel de entendimiento en torno a la
ingeniería automotriz. Un estudiante de historia puede emitir una opinión
familiar sobre un hecho histórico, pero un profesor de historia debe enjuiciar
científicamente ese hecho histórico. Una persona que va al teatro a entretenerse
opina sobre sus gustos, pero un crítico de teatro basará sus opiniones en la
excelencia de todos los aspectos de la obra.
Véase
entonces, que un ensayo puede tener gradaciones o niveles a tono con nuestra
preparación. Claro está, un lector exigente pedirá que el tema se maneje a la
mayor altura posible de modo que él aprenda más y que los conocimientos
recibidos sean estrictamente depurados, y si es posible, se originen en pruebas
fehacientes. Para lograr que un ensayo adquiera totalidad (que
esté completo en todas sus partes) es bueno seguir cierta estructura. Ya
sabemos que se le llama estructura a las tres partes del ensayo. Un
cuento lograba su estructura si tenía principio, medio y fin. Pero para lograr
esto mismo, es necesario que el ensayo tenga introducción, cuerpo y conclusión.
La introducción se
refiere a
la parte inicial que contesta básicamente a una pregunta: “¿De qué trata este ensayo?” El autor puede contestar esta pregunta de una forma directa, es decir, comenzando: “Este trabajo (ensayo, escrito, disertación) trata de...” O contestar de forma indirecta: “Durante el siglo XVIII, los emigrantes que vinieron a Puerto Rico...” Normalmente, la introducción se encuentra en el primer párrafo, ya que no es adecuado comenzar a hablar espontáneamente y en todas direcciones, sin avisarle al lector de qué le vamos a hablar. El ensayo tiene que ver mucho con el orden, el tiempo y la paciencia del lector. Un ensayo bien estructurado facilita su comprensión.
la parte inicial que contesta básicamente a una pregunta: “¿De qué trata este ensayo?” El autor puede contestar esta pregunta de una forma directa, es decir, comenzando: “Este trabajo (ensayo, escrito, disertación) trata de...” O contestar de forma indirecta: “Durante el siglo XVIII, los emigrantes que vinieron a Puerto Rico...” Normalmente, la introducción se encuentra en el primer párrafo, ya que no es adecuado comenzar a hablar espontáneamente y en todas direcciones, sin avisarle al lector de qué le vamos a hablar. El ensayo tiene que ver mucho con el orden, el tiempo y la paciencia del lector. Un ensayo bien estructurado facilita su comprensión.
El cuerpo
se refiere al número de párrafos que hay en medio de la
introducción y la conclusión; es decir, desde el segundo hasta el
penúltimo. La extensión del cuerpo depende de la totalidad que el autor quiera
conseguir, ya que únicamente, quien escribe, sabe cómo debe extender o limitar su
tema. Quiere decir que los ensayos deben ser selectivos y
ajustarse exactamente a lo que es materia de reflexión, sin desviarse por
senderos inútiles que nada tengan que ver con el asunto tratado. El cuerpo lo
constituyen los distintos ángulos desde los cuales el escritor ve el mismo
asunto. Cada ángulo debe ir en cada párrafo para que el cuerpo quede
debidamente dividido en diferentes párrafos y así se alcance la totalidad
deseada. El cuerpo del ensayo estaría terminado si la persona que redacta
entiende que ya no tiene nada que añadirle o que quitarle a su razonamiento; a
menos que se trate de escribir un trabajo asignado a cierta cantidad de
páginas. Por lo tanto, el cuerpo es la parte más importante porque
contiene el razonamiento y las opiniones del autor. Aquí se aprovecha para
discutir, ampliar, ejemplificar y en general para convencer al lector de que
piense como piensa el autor. El detalle de convencer es muy importante
porque un ensayo es siempre un intento para poner en la mente del lector unas
nuevas ideas sobre un tema o modificar sustancialmente las que tiene. Un
ensayista astuto puede sospechar por anticipado cuáles son las objeciones que
el lector tendrá a sus
planteamientos
y discutir esas objeciones antes de que ese lector se convierta en adversario.
La conclusión es
la parte final del ensayo y se limita a establecer de una manera categórica y
clara, el resumen de creencias favorecidas por el autor, luego de haberlas
seleccionado como las más importantes de su razonamiento. Estas ideas, suelen
ser una repetición de lo que se ha dicho en el cuerpo, pero esta vez, extraídas
aparte y muy brevemente con el propósito de que el lector las recuerde
más que otras.Esas otras, en realidad fueron apoyo o ejemplificación, pero las
ideas concluyentes son la médula del trabajo y la última impresión que el
lector debe tener en su mente cuando finalice la lectura. La conclusión es un
aviso insistente de aquello que el lector debe recordar.
También
un ensayo debe mantener un juego continuo entre la exposición y la
argumentación. Se entiende por exposición enterar claramente al lector de
nuestra forma de pensar. Quiere decir que en todo momento el ensayista debe
lograr ser entendido. Debe asegurarse de que al hablar (escribir) el lector va
captando aquello que desea transmitirle. Si una persona realiza una lectura y
no está entendiendo lo que se le quiere plantear, debe ser porque la forma de
comunicar no es clara o porque las condiciones circunstanciales del lector no
son las mejores en ese momento. El autor viene obligado a que su escrito se
mantenga siempre en un nivel comprensible. Emplear el rebuscamiento filosófico
y la artificiosidad lingüística exagerada, es trabajar en contra de la
exposición. De esa manera, el lector terminará rechazando el escrito y con un
juicio adverso a nuestros extraños planteamientos.
La argumentación es
el procedimiento mediante el cual el autor defiende sus ideas ante el peligro
de ser rechazadas; ese peligro existe en todo momento, por lo tanto, la defensa
tiene que ser sin cuartel. La argumentación (defensa) se vale de ejemplos,
ampliaciones, detalles y todas las técnicas necesarias para hacernos creíbles y
confiables ante la vista del lector. La argumentación debe estar respaldada por
una sólida formación cultural, cuando el ensayo es científico o por unas
profundas convicciones cuando el ensayo es familiar. El poder y la fuerza de
nuestra argumentación decidirán el grado de convencimiento con el cual
operan nuestras ideas en la mente del lector y en qué medida se le gane
para que piense como nosotros. Por lo tanto, no podemos decirle lo primero que
se nos ocurra, sino un razonamiento cuidadoso y pulido que le ayude a
experimentar un verdadero crecimiento intelectual. Los ensayos siempre deben
eliminar lo trivial, lo ordinario, lo que todo el mundo ha dicho y por qué eso
son fórmulas gastadas sin interés alguno; siempre debe perseguirse la
originalidad, lo novedoso, lo diferente, lo sorprendente, lo que el lector no
esperaba que se le dijera y por lo tanto, le resulta importante.
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